Yo siempre quise tener tetas y pintarme los labios de rojo. Me gustaba el azul pero
también el rosa, perfilarme con lápiz negro, el New York, New York de Frank Sinatra,
ponerme en postura sexy y las minifaldas muy minis. En la universidad tuve que disimular
un poco mi feminidad exacerbada porque no pegaba lo suficiente con la militancia
feminista. Hoy me reconozco feminista con minifalda, me gusta elegir lo que me pongo,
siendo simplemente accesorios de mi identidad. Soy mujer, somos millones de mujeres de
faldas o vaqueros.
A vueltas con la identidad sexual entiendo perfectamente las ganas locas de una niña
atrapada en un cuerpo de niño por ponerse tacones, de un niño en el cuerpo de una niña
de ponerse unos tirantes de carabelas. Recuerdo la película Boy’s don’t cry como un golpe
duro hacia mis sentidos. Nos relataba de una manera totalmente descarnada la historia
de Brandon Teena. Un guión que me hizo sentir un miedo feroz a que se conociera lo
desconocido, a que aquellos que veían al protagonista como hombre descubrieran sus
genitales femeninos. Ocultar no es más que prolongar el sufrimiento de las personas
que son diferentes. El otro día conocí a Aday, un chico dulce que buscaba trabajo con
DNI femenino. Fue complejo explicar su condición a la persona de aquella empresa a
la que lo derivé. Les pedí por favor que lo llamaran Aday, a pesar de la impostura de su
documento de identidad. Este mundo de adultos está lleno de explicaciones por todo, de
certificaciones de lo que somos y debemos ser. Al contrario, niños y niñas son ajenos a
los espejismos sociales. Cuando le pregunté a Véntor si Mario era guapo, él me respondió
sin dudar -No, Mario es guapa mami, señalándome el dibujo de una niña en un cuento
de superhéroes. Él ha visto antes que muchos mayores la realidad de Mario. Mario no es
Mario, es quizás, Mara o María o Julia..., pero no es Mario. Siente pasión por los vestidos
de princesas, por el maquillaje y los tacones, pero empieza a estar confuso. El otro día, su
voz de 4 años me dijo en bajito -Es que Yaiza, yo soy un niño, pero mi cabeza me dice todo
el rato que soy una niña. Habla ya del miedo a que se burlen de él, de que no comprendan
sus faldas e intenta disimularlas con camisetas de Spiderman. Su madre le está abriendo el
camino para que sea libre. Su padre le está abriendo el camino para que sea feliz. Desean
que no llore demasiado en este tramo en el que trata de encontrarse a sí mismo, desean
que llore como todas, como una niña más.
también el rosa, perfilarme con lápiz negro, el New York, New York de Frank Sinatra,
ponerme en postura sexy y las minifaldas muy minis. En la universidad tuve que disimular
un poco mi feminidad exacerbada porque no pegaba lo suficiente con la militancia
feminista. Hoy me reconozco feminista con minifalda, me gusta elegir lo que me pongo,
siendo simplemente accesorios de mi identidad. Soy mujer, somos millones de mujeres de
faldas o vaqueros.
A vueltas con la identidad sexual entiendo perfectamente las ganas locas de una niña
atrapada en un cuerpo de niño por ponerse tacones, de un niño en el cuerpo de una niña
de ponerse unos tirantes de carabelas. Recuerdo la película Boy’s don’t cry como un golpe
duro hacia mis sentidos. Nos relataba de una manera totalmente descarnada la historia
de Brandon Teena. Un guión que me hizo sentir un miedo feroz a que se conociera lo
desconocido, a que aquellos que veían al protagonista como hombre descubrieran sus
genitales femeninos. Ocultar no es más que prolongar el sufrimiento de las personas
que son diferentes. El otro día conocí a Aday, un chico dulce que buscaba trabajo con
DNI femenino. Fue complejo explicar su condición a la persona de aquella empresa a
la que lo derivé. Les pedí por favor que lo llamaran Aday, a pesar de la impostura de su
documento de identidad. Este mundo de adultos está lleno de explicaciones por todo, de
certificaciones de lo que somos y debemos ser. Al contrario, niños y niñas son ajenos a
los espejismos sociales. Cuando le pregunté a Véntor si Mario era guapo, él me respondió
sin dudar -No, Mario es guapa mami, señalándome el dibujo de una niña en un cuento
de superhéroes. Él ha visto antes que muchos mayores la realidad de Mario. Mario no es
Mario, es quizás, Mara o María o Julia..., pero no es Mario. Siente pasión por los vestidos
de princesas, por el maquillaje y los tacones, pero empieza a estar confuso. El otro día, su
voz de 4 años me dijo en bajito -Es que Yaiza, yo soy un niño, pero mi cabeza me dice todo
el rato que soy una niña. Habla ya del miedo a que se burlen de él, de que no comprendan
sus faldas e intenta disimularlas con camisetas de Spiderman. Su madre le está abriendo el
camino para que sea libre. Su padre le está abriendo el camino para que sea feliz. Desean
que no llore demasiado en este tramo en el que trata de encontrarse a sí mismo, desean
que llore como todas, como una niña más.